3 de julio de 2018

Contener las emociones enferma


Quise escribir sobre este tema el día de hoy, porque me di cuenta de que no son pocas las personas que contienen lo que en realidad sienten y eso los lleva poco a poco a enfermar.

Y es que contener una gran tristeza, una gran decepción, un dolor desgarrador, es guardar dentro de nosotros una gran bomba de tiempo que tarde o temprano nos explotará.

Cuando somos niños y jugamos, corremos, brincamos y nos divertimos, no falta el adulto que nos expresa un: “shhhhhhh”, porque le molesta el ruido, porque alteramos sus nervios o vayan ustedes a adivinar por qué.

De pronto conforme creciendo, vamos descubriendo que las verdaderas emociones, ahora obedecen a “lo correcto” y a “lo incorrecto” según nuestra cultura, país o sociedad. De tal forma que si yo me siento nervioso o temeroso ante algo, debo ocultarlo y mantener el control. De forma que si algo me molesta o me hace iracundo, debo ocultarlo y mantener el control.

Pareciera que la sociedad misma, la familia misma, prefiere escuchar que estamos tranquilos y felices con todo, antes que aceptar cualquier otro estado de ánimo de nuestra parte.

Y como ejemplo simple, el saludo matutino que expresamos a todo el mundo: “Buenos días, ¿cómo estás?” En donde hasta nuestro cerebro espera impaciente el típico: “Buenos días, muy bien, gracias”.
Ya desde ahí, tenemos prohibido culturalmente, decir algo diferente, aunque en ese momento estemos derrumbándonos de dolor, de tristeza o enojados.

Y analicemos ahora las muchas generaciones que se han cridado bajo la creencia de “los niños no lloran”, contrario a la creencia igualmente arraigada de “las mujeres sufren”. Y así vamos día con día, aprendiendo que “es normal ver llorar a una mujer”, y nos debe dar lo mismo la razón, porque por todo lloran. Y con la idea de que un hombre debe siempre mantener el control, ser fuerte y servir de apoyo.

De cualquier manera, han sido generaciones que al día de hoy, continúan en la creencia de que los “sentimientos” son “tontos”, y que tú estás bien siempre.

¿Pero cuál es la realidad?
Que las personas viven permanentemente, conteniendo las verdaderas emociones, continúan enfermando por ello, y es hasta que nuestro querido familiar está enfermo, que volteamos a verlo, que le prestamos un poco de atención, y a veces, demasiado tarde.

Para la mayoría de los hijos, es normal ver salir a papá todos los días porque se va a trabajar. Damos por hecho, que papá jamás tiene conflictos de ningún tipo y que si los vive, los resuelve como superman. Damos por hecho, que él tiene sus emociones controladas y que su vida es maravillosa.

Pero, alguna vez papá se ha sentado con nosotros a platicarnos cómo son sus noches de angustia porque el coche está fallando y gracias a que acaba de comprar nuestros uniformes de la escuela él se ha quedado sin dinero para repararlo y está angustiado? No! O cuando menos, no así o no con esas palabras.
O vemos a nuestra mamá angustiada porque algo ha pasado con papá, pero ella se limita a decir, “todo está bien”, “todo estará bien”, “no pasa nada”.

Y es que expresar las emociones no es gritar y dar un portazo. Expresar las emociones no es sentarse a llorar o gritar. Expresar las emociones es hablar lo que sentimos y hablarlo con alguien que no nos diga: “Ya, ya, no pasa nada”. Porque hablar con alguien que nos responde así es “chocar con pared”. Es como jamás haberlo hablado.

Tanto Enric Corbera, como el Dr. Fermín Moriano y todos los demás maestros de la Biodescodificación, hablan de esto, de externar el sentir, el llamado “re-sentir” (volver a sentir lo vivido), porque sin dudarlo ni un segundo, es la clave casi primordial para no enfermar.

Saber expresar las emociones, no es algo que ya traigamos, no, no, no. Porque nuestra civilización nos ha entrenado desde niños para no hacerlo. Saber expresar las emociones es algo que se aprende practicando.

Vamos a ver un ejemplo.

Voy caminando por la calle, directo a tomar un taxi y al subir me doy cuenta de que el auto está sucio, el chofer tiene cara de maleante y comienzo a sentir temor. Sigo en el trayecto y semáforos más adelante, el chofer voltea a verme con pistola en mano y me dice que le entregue mi bolso, todo mi dinero y mi teléfono.
Obviamente mi espanto es tal, que obedezco sin chistar. Él toma mis pertenencias y me grita que debo bajar del auto, bajo y se va.

Todo lo anterior, ha sido lo que sucedió. Fue el hecho, la situación vivida.

Como puedo, me decido a pedirle a una persona en la calle que por favor me regale una moneda ya sea para llamar por teléfono o para tomar un autobús a casa.

Claramente, la forma en la que yo resuelva lo que ha sucedido, es una hecho más, una situación vivida más y tal vez un impacto emocional más.

Y ahora viene lo importante, hablarlo, sacar esas emociones contenidas.

Sea ese mismo día, o al día siguiente, sea con quien sea que lo hablemos, estamos acostumbrados y entrenados para hablarlo así: “Ayer o hace rato (depende el momento en que lo hablemos) me asaltaron, de pronto el taxista sacó una pistola y me quitó mi bolso y mi celular, creí que ya no lo contaba, tuve mucho miedo, jamás me vuelvo a subir a un taxi”

Y estamos acostumbrados a escuchar, del lado de la contraparte un: “Qué bueno que no pasó nada, sólo fue lo material”, “lo importante es tu vida y estás bien”, “ya pasó, tranquila”, “ya no te vuelvas a subir a un taxi”.

Bueno, pues todo lo anterior, es CONTENER LAS EMOCIONES. Y eso, enferma.
Porque sólo hemos expresado lo sucedido y más o menos hemos dejado asomar la emoción principal, que en éste caso fue “miedo”.

Expresar las emociones, hablarlas con alguien, sería correctamente algo como lo que sigue:

“Ayer o hace rato (depende el momento en que lo hablamos), tuve un miedo terrible a morir, pensé que de verdad ya no volvería jamás a mi casa, que nadie jamás sabría lo que me había pasado, que no volvería a verte, o ver a mis padres o a ver a mis hijos. Creí que además de robarme, iba a hacerme algo más, me temblaban las piernas, me quedé paralizada, no tuve la fuerza para resistirme o defenderme. Descubrí que no soy tan fuerte.
Además, en mi bolso, traía yo el cheque del préstamo que pedí para pagar la última letra del coche, no podía creer que esa persona me estaba robando eso por lo que tanto luché, ahora tengo miedo de que me quiten el coche y nunca más vuelva a poder comprarme otro, me siento devastada, débil, pisoteada, humillada, me siento tan poca cosa, creo que jamás podré superarlo, qué impresión tan fuerte, la más grande de mi vida.”

Aquí el narrar el hecho no importa tanto como expresar, sacar, lo que sentimos, pensamos, imaginamos, etc.

Debemos además, asegurarnos, de que esa persona a la que le estamos platicando “nuestras emociones”, sea capaz de escuchar y no bloquearnos con un “ya pasó, olvídalo, no fue importante”. Porque esos bloqueos suman emociones a nuestro impacto emocional.

Es importante, para todos nosotros, contar con cuando menos una persona, capaz de escucharnos sin bloquearnos. Capaz de sentir con nosotros, capaz de compartir con nosotros nuestra vivencia para así, poder dividir el impacto emocional en dos y hacer la carga más ligera.

¿Cuántas veces llega el esposo a casa diciendo que acaba de ver un choque muy feo con varios heridos, o un robo, o algo anormal? (Si lo platica es porque viene con las emociones contenidas y necesita expresarse) y la esposa se limita a decir: “Ay pues ya qué, así es la vida, ya lávate las manos y siéntate a comer”. Dejando al esposo con sus emociones ahora atrapadas, sus ganas de llorar atrapadas, y obligando a ese esposo a “mantenerse fuerte” ante lo que haya sido.

O tal vez el esposo viene de escuchar en la oficina que lo despedirán, o que ya se acerca su jubilación, o que murió su mejor amigo….
Y en lugar de escuchar, bloqueamos.

O tal vez es la esposa que llega llorando, queriendo platicar algo muy duro que le pasó y es el esposo el que “como las mujeres siempre lloran por todo”, ya ni atención le pone a un llanto más y la bloquea.

O puede ser nuestro mejor amigo, la vecina, el compañero de trabajo, la persona a la que le platicamos lo sucedido, creyendo que eso nos desahoga, sin darnos cuenta de que realmente, nos está bloqueando las emociones para siempre. Porque si no es a ellos, yo a nadie más le “cuento mis cosas”.

Recuerden, no se trata de “contar las cosas”, se trata de sacar las emociones.

No es lo mismo decirle a mi compañera de oficina: “Amiga, creo que mi esposo anda con otra”, para que ella conteste un: “Ay sí amiga, los hombres son unos canijos”, bloqueándonos.
Que decirle “Amiga, tengo miedo de no poder salir adelante sola y mantener seguros a mis hijos, porque tengo la certeza de que mi esposo está con otra mujer y no sé si éste matrimonio está roto ya o tiene posibilidades aún. Temo por la reacción de mis padres o mis hermanos, que siempre me han visto como el ejemplo del matrimonio perfecto. Dudo entre hablar con mi esposo, aclararlo y tomar decisiones o aceptar que ya no me ama y que debo buscar un nuevo camino que no tenía yo planeado. Tengo miedo amiga, tengo miedo porque no me siento capaz, siento que no soy fuerte, siento que será como volver a empezar y que serán años perdidos”…

¿Verdad que no todas nuestras personas “de confianza” son capaces de escucharnos sin bloquear?

Desahogar nuestras emociones, desahogarnos luego de un impacto emocional, es sin duda necesario para no enfermar. Y encontrar ese hombro amigo que pueda escucharnos sin bloquear es sumamente importante, porque realmente no buscamos consejo, realmente no necesitamos escuchar que “no pasa nada”, necesitamos simplemente que nos escuchen sin juzgar, sin criticar, sin hacernos sentir más débiles de lo que ya en esos momentos nos sentimos.

Porque además, deberemos estar conscientes de que nuestros impactos emocionales, serán sólo nuestros. Y lo que a mí me puede derrumbar, tal vez mi mejor amigo le parezca algo sin importancia. Tal vez a mi madre o a mi padre le parezca una tontería y tal vez a mi compañero de trabajo le parezca hasta un chiste. Sólo yo, sé lo que me derriba y me puede doler hasta el alma.

Expresa tus emociones, miedos, impactos más profundos con alguien que estés seguro, no te bloqueará y te escuchará. Si no tienes en tu vida a alguien así, siéntate en tu cama, y pon una almohada frente a ti, imaginando que es una persona y exprésate por completo. Platica lo sucedido, llora a tus anchas, explícale tus miedos, lo que imaginas, lo que piensas que pasará, lo que dudas, lo que opinas de ti mismo, etc. Habrás liberado a tu cerebro, de que comience a dañar órganos por percibir que hay un conflicto emocional activo (emoción contenida).
Eso te dejará desahogado o desahogada y podrás continuar con tu vida ya con la confianza de luego, podrás “platicar” a los demás lo que te sucedió, pero ya con las emociones echadas fuera y totalmente saludable.

Enseña a tus hijos a expresar sus emociones, que un “estoy bien” no te baste. Y eso lo lograrás con ejemplo.

Vamos cambiando esa costumbre cultural de contener nuestras emociones, para luego enfermar.

Texto: Elizabeth Romero Sánchez y Edgar Romero Franco